EL PODER DEL ARTE URBANO CONTRA EL ARTE URBANO

A comienzos de la década de los ochenta, un joven Brim Fuentes, escritor de graffiti y miembro fundador de los famosos TATS CRU, es entrevistado para el no menos legendario documental Beat This! A Hip-Hop Story (Dick Fontaine,1984). Frente a las vías del tren y en el sur del Bronx, Brim explicaba que lo molesto para la autoridad no es el graffiti 1, sino el hecho de no poder controlarlo. Esta breve, pero certera, reflexión resulta de gran valor a la hora de comprender ciertos procesos en el panorama del arte urbano actual.

En el año 2013, en un período en el cual el término street art se encontraba en su momento álgido de popularidad, comienzan a aterrizar en Málaga una serie de artistas con el fin de pintar grandes murales en el barrio del Ensanche Heredia. Este nombre sería sustituido por el poco original, pero comercial, apodo de Soho-Barrio de las Artes. Este lugar, aunque muy bien situado, ha sufrido cierto abandono en las últimas décadas. Es, sin duda, un espacio susceptible de regeneración (Ardura&Sorando, 2016). Muy asociado a este proyecto, y ubicado en la misma zona, se encuentra el Centro de Arte Contemporáneo de Málaga. Años atrás el mismo modelo de evento se ha venido repitiendo por todo el mundo. Wynwood Walls 2 en Miami es uno de los espejos en los que, tristemente, se reflejan una gran cantidad de proyectos relacionados con el arte urbano. Un cartel que anuncia a una serie de artistas que visitarán la ciudad, pintarán una gran superficie, con una estética más o menos relacionada con lo urbano, y se marcharán, raudos, hacia otro destino. Artistas que, convertidos en marcas de sí mismos, dejan su impronta en forma de grandes murales sin reparar en el contexto que experimentan. La rueda de la productividad no cesa. Se exige más cantidad en menos tiempo. La víctima principal es la ciudad, pero también el propio movimiento que se supone representado.

El poder se ha apropiado del término arte urbano, y ciertamente lo ha desprovisto de ambos aspectos. Poco tiene que ver con el arte, y aún menos con lo urbano. Lo que en un pasado se denominó y catalogó como tal tenía una serie de características del todo alejadas a lo que este modelo de festivales promociona. Existen claras diferencias entre lo que hace unas décadas comenzó a llamarse arte urbano, y lo que hoy día se confunde con este movimiento, representado casi en su totalidad por el fenómeno de los murales de gran formato (Abarca, 2016). Esta dinámica ha desprovisto al arte urbano de sus características básicas, relacionadas directamente con el contexto espacio-temporal. El artista urbano, desarmado, no habla ya con el ciudadano cara a cara, si no con un espectro virtual al que observa desde enormes grúas, guardando la distancia con tierra firme. Alejado de la realidad.

El poder se ha apropiado del término arte urbano, y ciertamente lo ha desprovisto de ambos aspectos

La razón por la cual el arte urbano -en esencia auténtico, espontáneo y cercano- no ha conseguido ser absorbido por el mercado del arte, es debido a que dada su naturaleza, éste no es rentable como tal. La estrategia que se ha seguido no es en absoluto original. Lo molesto es lo incontrolable; por lo tanto, la solución ha sido desproveer al arte urbano de todo aquello que lo convertía en un animal salvaje. Manteniéndolo en cautividad, en forma de eventos cool patrocinados por marcas, y con la venia de las autoridades que otrora censuraban y castigaban estas actividades. Apropiándose del término y de la estética -de lo superficial e inocuo- el Sistema ha diseñado una etiqueta -que funciona, como no, mejor en inglés: street art– y ha adoctrinado a la masa virtual mediante festivales edulcorados, en los cuales los artistas no tienen tiempo para reflexionar y trabajar con el entorno. No pudiendo ser artistas contextuales (Ardenne, 2006), terminan siendo meros decoradores. Su trabajo, por lo general, es amable e inofensivo. Hacedores de pinturas de gran formato que funcionan como gigantografías, que con suerte -para ellos- más tarde podrán vender cual souvenir a tamaño reducido. O al menos generar suficientes likes en redes sociales, como para conseguir una nueva invitación a un nuevo festival. Y vuelta a empezar. Y es que “al paracaidista le trae al pairo donde ha aterrizado, y mucho menos la historia del lugar. La historia la hace él.” (Lopez Cuenca, 2013).

En el caso malagueño, uno puede frotarse las manos con los asuntos relacionados con artistas urbanos de reconocido prestigio, cuyas actuaciones poco o nada tienen que ver con el arte urbano. Y mucho o todo con la realidad manifiesta de esta “Ciudad Genial”. Muchos han pasado o pasarán de la calle al museo; dando la impresión de que la calle, en este caso no era el destino, sino el medio para un fin particular. Basta observar los conocidos casos de Obey y D*Face, autores de los dos grandes murales a espaldas del CAC, y ejemplos patentes del acertado término de “artista paracaidista”. Ambos culminaron su idilio con la ciudad, tiempo después, con exposiciones individuales en el centro de arte local. No son los únicos que aterrizaron en el barrio. La lista de participantes es extensa. Diera la impresión de que el “barrio de las artes” se hubiera convertido en una libreta de actas, donde al artista le conviene hacer acto de presencia, ajeno por completo al espacio que está interviniendo, por alguna recompensa que los ciudadanos desconocen. Las fotos y los hashtags en redes sociales, como documentos que certifican que I was here, se convierten hoy en pieza clave; por encima de la repercusión real de su trabajo. Reduciéndose todo -para el público- a una ilusión visual. Cifras y letras. Ceros y unos.

La dinámica seguida por la gran mayoría de eventos relacionados con los murales de gran formato, es la misma que siguen otros procesos asociados a la realidad neoliberal en la que vivimos. La sensación para el vecino de la ciudad es la de no ser parte de todo esto. Le han robado incluso el nombre del barrio. Esas enormes pinturas miran desde lo alto y no hablan su idioma. Y no por falta de empatía, sino porque le han sido impuestas. Se acostaron un día sin ellas, y poco tiempo después ya estaban ahí. Esos artistas pasaron tan fugazmente como las imágenes que consumimos haciendo scroll down en redes sociales. Y ni les hablaron. Ni se interesaron en quiénes son o de dónde vienen quienes allí viven. Van de gira como bandas de música. Con la diferencia de que ellos ocupan, físicamente, su espacio; y perduran, visualmente, en su día a día.


Faith47 para el Festival MAUS. Málaga. 2018

El artista urbano tiene un poder enorme, tan grande como la responsabilidad que éste conlleva. Sin filtros, estos artistas pueden -y deben- interceder en nuestras vidas de manera directa. Se han saltado el paso del museo, para presentarse ante nosotros sin invitación. En Málaga hay varios casos interesantes de este tipo de arte espontáneo y libre. La zona de Lagunillas, en pleno centro de la ciudad, ha sido tildada por algunos como el auténtico Barrio de las Artes. Afortunadamente mantiene su nombre de pila, no habiendo sufrido un bautizo tan patético como el susodicho Soho malagueño. Un evidente quiero y no puedo. El hecho de renombrar espacios como estrategia de marketing es común en cientos de ciudades (Ardura&Sorando, 2016). También es habitual el surgimiento de movimientos a la contra. El incremento del compromiso social suele nacer a partir de la premura del desastre. Lagunillas, como barrio donde se practica un arte urbano sincero, es ejemplo de ello. Quizás no sea la calidad de sus murales e intervenciones lo que lo defina, si no la simpatía y cercanía que estos despiertan entre sus vecinos. Ellos sí sienten que eso que hay en la calle forma parte de algo que les pertenece. No obstante, es importante no caer en la idea de que para contrarrestar un Barrio de las Artes, debemos crear otro mejor. El arte urbano ha de ser descentralizado; y abarcar, sin distinción, cualquier contexto, sin límites asignados, siempre y cuando sea consecuente con el mismo.

En esta Málaga “Ciudad Genial” donde la “picassización” (López Cuenca, 2010) y la “turistificación” son elementos impuestos e indeseables, la práctica artística tiene la oportunidad de ser un aparato contestatario y de resistencia activa. Y el arte urbano debe luchar contra los intentos de ser fagocitado y convertido en una herramienta más del poder. Este arte no ha de ser necesariamente bonito o agradable. No es la función de éste, ni de ningún otro arte serlo. El artista urbano tiene la responsabilidad de saberlo. En ocasiones, conviene echar la vista atrás y tomar nota de la actitud de un movimiento tan cercano como el graffiti, el cual no se ha dejado manipular por cantos de sirena. El graffiti sigue siendo incontrolable, y eso es lo que hace de él un movimiento respetable y esencial. Y es que, mientras una sola persona tenga energía y voluntad para salir a la calle y expresarse libremente, habrá esperanza.

  • Empleo el término graffiti, escrito en inglés, para referirme al movimiento subcultural nacido en los setenta en Nueva York y Filadelfia. Distinguiéndolo, sustancialmente, de las manifestaciones posteriores asociadas al arte urbano.

  • Wynwood Walls es un lugar destinado a la exposición de obras artísticas al aire libre, generalmente pinturas murales, que han ocupado espacios abandonados en el barrio de Wynwood en Miami. Su creador es Tony Goldman, que tras otros proyectos como el SoHo en Nueva York, optó por este barrio como zona de regeneración artística; convirtiéndola en una parada turística más.

  • ABARCA, J. (2016) From street art to murals: what have we lost? Street Art & Urban Creativity Scientific Journal .Vol 2,(Nº2) 60-67

  • ARDENNE, P. (2006) Un arte contextual. Creación artística en medio urbano, en situación, de intervención, de participación. Cendeac: Murcia

  • ARDURA, A & SORANDO, D. (2016) First we take Manhattan. La destrucción creativa de las ciudades. Catarata: Madrid

  • LÓPEZ CUENCA, R. (2010) Catálogo de la exposición Ciudad Picasso. Galería Juana de Aizpuru: Madrid

  • LÓPEZ CUENCA, R. (2013) Mal de archivo / 2: Obey. Extraído de: www.revistaelobservador.com/opinion/28-flaneur/8284-mal-de-archivo-2-obey